La bolsa o la vida

La polémica desatada en todos los protagonistas de la actividad comercial a cuenta de la puesta en marcha del Plan Nacional de Gestión de Residuos, exigido por Bruselas y concretado en la desaparición de las bolsas de plástico de los puntos de venta, anima a diversas reflexiones económicas y medioambientales. Y todo porque alguna gran superficie ha decidido adelantar este cambio y ofrecer alternativas que no parecen favorecer al consumidor.

Las frías estadísticas nos dicen que cada cliente de gran consumo utiliza más de doscientas bolsas al año y que tan sólo un 10% de esa cantidad pasa por los procesos de reciclado para su aprovechamiento y no contaminación del medioambiente. Siguiendo con esas estadísticas, que aseguran una larga vida inútil de cada bolsa de 400 años, se calcula que un habitante de los países desarrollados podría ahorrar a lo largo de su vida alrededor de 18.000 bolsas. Nos fiemos o no de las estadísticas, son muchas bolsas y muchos años de contaminación para el futuro de nuestros hijos. Pero, ¿qué pasa con la parte económica?, ¿quién paga el proceso y la alternativa?.

Son muchas las voces que se alzan contra la supresión de las bolsas camiseta por considerarla una medida de ahorro de costes para las grandes superficies en especial y el comercio en general. Además, los fabricantes de esas bolsas aseguran que el 70% de los hogares las utilizan como bolsas de basura y por tanto están siendo reutilizadas. Pero desde el punto de vista del comerciante, hay dos versiones de la situación, una la de la gran superficie, que parece decantarse por vender bolsas de múltiples usos fabricadas con materiales reciclables y biodegradables y la otra, la de muchos medianos y sobre todo pequeños comercios, que están empezando a ofrecer bolsas de papel como alternativa al plástico. Y en este punto ya surgen las primeras dudas. Los pequeños comerciantes ven un aumento directo en sus costes, mientras parece que los grandes no sólo ahorran costes sino que además pretenden lograr nuevos ingresos.

El consumidor es uno de los perjudicados en el proceso de cambio y pocos son los que han pensado en su solución práctica, cómo transportar la compra. El reciclaje es una cuestión de educación, en algunos países llevan tantos años reciclando y reutilizando embalajes que no les supone un cambio real de hábitos ni de costes. Pero el consumidor español medio teme pagar el cambio de su bolsillo o volver a la bolsa-carrito de la compra de toda la vida, con sus grandes limitaciones. Y sobre todo, que no nos amenacen con que el mundo se acaba si no pasamos del plástico al papel, porque todavía queda mucho embalaje pernicioso para el medio ambiente rodando por el mundo, no sólo las bolsas del super.

Lo ecológico está muy bien, acompañado de medidas económicas que solucionen los problemas prácticos del último eslabón de la cadena de distribución, el comerciante, y del consumidor.
•jmurraca@ipmark.com