Vamos a contar un cuento

Érase una vez un reino donde un comerciante avezado, había logrado vender seis de cada diez monedas que en aquel reino se gastaban en alimentarse. Años atrás convenció a algunos artesanos, mas tarde industriales, para integrarse en una aventura empresarial que supondría un importante incremento de ventas, continuado en el tiempo y que les permitiría hacerse cada vez más grandes, a la sombra del comerciante.

Algunos creyeron, como en el cuento, que habría que ir señalando el camino con piedrecillas por si algún día había que retornar en la oscuridad; otros más osados se aventuraron sin ninguna precaución. En cada aldea, el comerciante iba añadiendo un local, pensando siempre en sus habitantes. Como él decía, sus clientes eran su jefe. Y se fue haciendo grande y más grande hasta alcanzar un tamaño superior a muchos de los artesanos. Aquellos, empezaron a temer por su futuro y se asustaron. Algunos, que a tiempo estaban decidieron abandonar al comerciante y volver a relacionarse con los habitantes del reino por otros caminos. Otros, encerrados en una jaula dorada, veían pasar los acontecimientos y pensaban para sí: Estamos bien, ganamos muchos pocos que al final llenan nuestra bolsa. No hay porqué preocuparse.

Y llegó el día en el que el comerciante, con todo el poder que le daban los habitantes del reino, quiso convertirlos en sus aliados y hacer que los artesanos dejasen su labor de siempre, para trabajar sólo para él. Ya no necesitaba, los bordados y los pasteles, sólo quería el pan de hogaza de la hacienda y los frutos del bosque verde, pensaba que esto sería suficiente para mantener a su lado a los vecinos del reino. Y así empezó a decirles a algunos artesanos, que desde ese momento, ya no hicieran aquellas cestas, ni aquella miel, ni los dulces de calabaza entre otros. A partir de ese momento, él les diría lo que debían fabricar con sus manos y su esfuerzo, y así todos estarían más contentos. Los vecinos del reino, tenían a partir de ese momento un nuevo señor, que les diría lo que podían comer y beber; los artesanos también un nuevo señor que decidía lo que podían o no fabricar. Una nueva era había llegado, y un nuevo dirigente pondría orden en el reino. Mientras tanto, los artesanos abrumados por aquellas nuevas condiciones empezaron a pensar en rebelarse. No podían amotinarse, uno a uno y prefirieron utilizar una federación, para defenderse de este comerciante enorgullecido… (Continuará…)

Seguro que a muchos de los lectores les suena nuestro cuento. Algunos son artesanos, los hay de los asustados y de los que dejaron hace tiempo al comerciante; otros son los competidores del comerciante, que miran con interés el resultado de los últimos acontecimientos por si algo se puede extraer de beneficio y al mismo tiempo aprender de los errores; los vecinos del reino que comienzan a mosquearse por tener que tragar por obligación; y también nosotros los ciegos que contamos cuentos y cantamos coplillas. ¿Tenemos miedo, tanto o más que los artesanos?
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